Las mujeres se organizan en torno de un trabajo no reconocido ni remunerado, pero sí politizado
¿Amas de casa o trabajadoras del hogar? Una historia de mujeres que salieron a luchar en la Argentina reciente
Por Natalia Casola*
Incluir a las amas de casa en Mitin de Historia Obrera tiene un profundo sentido político. Ese sentido busca ubicarlas en el lugar que más les ha sido negado: el del trabajo. No casualmente las amas de casa han sido también llamadas “reinas del hogar”, “jefas” o “patronas”, palabras que sugieren el dominio de ese pedacito de cielo o de tierra donde ellas podían decidir. Pero, ¿en qué sentido esto ha sido así? ¿Eran amas o eran trabajadoras?
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Aunque todos creemos saber qué es una ama de casa, bien valen las preguntas: ¿cómo fue cambiando a lo largo del tiempo la noción de quiénes son y qué hacen las amas de casa? ¿Desde cuándo se reconocen como un sujeto colectivo? ¿Cuáles han sido sus luchas? La idea de que las mujeres somos naturalmente aptas para las tareas reproductivas se remonta muy atrás en el tiempo. Desde las últimas décadas del siglo XIX, el trabajo remunerado de las mujeres fuera del hogar ha sido visto como subordinado, temporal y complementario del de los varones. Sin embargo, fue recién promediando el siglo XX cuando la movilidad social ascendente y las representaciones dentro de la clase media permitieron que se afianzara el ideal del ama de casa. Éste suponía y hacía esperable para un número creciente de mujeres el dedicarse de manera exclusiva a la atención del hogar.
El trabajo en el hogar, al ser visto como parte de la naturaleza femenina, fue ocultado e invisibilizado su valor social. Las tareas domésticas se encubrieron bajo las banderas del “amor eterno” y la satisfacción que traía la promesa del reconocimiento familiar. Sin embargo, durante la década de 1960 este ideario doméstico comenzó a ser cuestionado por los procesos de modernización social. Cada vez más mujeres, sobre todo las jóvenes de clase media, decidían salir a trabajar por elección, estudiar carreras universitarias o incorporarse a la militancia revolucionaria. La novedad respecto del pasado no radicaba exclusivamente en la mayor presencia de las mujeres en el mercado de trabajo, sino en que esta presencia era postulada como una búsqueda de realización personal y nuevos horizontes. Pese a ello, fueron pocas las que consiguieron trabajar fuera de casa, logrando acordar al mismo tiempo nuevos tratos domésticos con sus parejas. Las redes de ayuda, generalmente, continuaron involucrando a otras mujeres: madres, abuelas y vecinas todavía en acuerdo con un modelo de vivienda que mantenía a la familia extendida en las cercanías. Para las mujeres con mayor ingreso, existía la posibilidad de contratar empleadas domésticas.
Poco a poco, ser ama de casa dejó de significar trabajar sólo dentro del hogar, y así, la segunda jornada se fue imponiendo como regla. Tener un empleo afuera no las eximía de realizar las tareas domésticas al llegar a casa. Por esa razón, la expansión del mercado de electrodomésticos fue presentada y explotada por la publicidad de la época como la mejor aliada de las mujeres… y de los varones, que podían estar tranquilos porque al llegar a casa seguirían disfrutando del privilegio de contar con una esposa capaz de resolverlo todo.
En otras latitudes, grupos feministas comenzaron a levantar la Campaña por el Salario para el Trabajo Doméstico, poniendo de relieve que las amas de casa eran trabajadoras no remuneradas. De “amas” a “esclavas del hogar”, demostraban la contribución gratuita que hacían a la reproducción de la fuerza de trabajo y de la sociedad. En Argentina, las incipientes agrupaciones feministas como la Unión Feminista Argentina (UFA) hicieron lo propio y hasta organizaron en 1970 una volanteada por el Día de la Madre cuyo lema era “madre, reina o esclava, nunca una persona”. A pesar de que se trató de una acción pequeña, se logró concitar la atención y las voces detractoras no tardaron en hacerse oír. Entre ellas, la de la Liga de Amas de Casa (LAC), fundada en 1957 con el objetivo de instruir a las mujeres en el consumo eficiente para la familia. Sin embargo, la mayoría de las organizaciones políticas de la época rara vez pensó en la participación de las mujeres en clave de amas de casa. Una excepción, además de la propia LAC, fue la actividad impulsada por la Unión de Mujeres Argentinas (UMA), vinculada con el Partido Comunista. A partir de su fundación en 1947, las mujeres de la UMA intervinieron en numerosas oportunidades desde su condición de amas de casa para reclamar por precios máximos, leyes protectoras de la familia y otras demandas relacionadas con diversas coyunturas y su impacto en la economía del hogar. Si bien puede pensarse que esta manera de organizarse contribuía a reforzar los mandatos domésticos para las mujeres, también creaba puentes para interpelarlas, sobre todo en los barrios populares, reconociendo el valor de sus tareas e instándolas a subvertir el orden existente dentro de las paredes de sus casas y participar de la cosa pública.
Los años 70 fueron propicios para la participación de las mujeres en todos los terrenos de las luchas sociales y políticas. Ese proceso quedó obturado por la derechización sin pausa del gobierno peronista, y luego, por la dictadura militar. Con respecto a las mujeres, la dictadura articuló un discurso familiarista que enaltecía los roles sociales tradicionales y que, a su modo, sería utilizado estratégicamente por las Madres y Abuelas que buscaban a sus hijxs y nietxs desaparecidxs y apropiadxs. En nuestra cultura, una “buena madre” nunca abandona a sus hijxs e, incluso, es capaz de intercambiar su propia vida por la de ellxs si fuera necesario. Esa centralidad que tiene la maternidad fue utilizada como una condición suficiente e irrefutable para enfrentar las prohibiciones imperantes y las amenazas de represión dictatorial. En esa línea también puede pensarse el inusitado protagonismo que adquirieron las amas de casa durante el invierno y la primavera de 1982 con la articulación de una original huelga de consumo cuya consigna, enarbolada por la UMA, fue “los jueves de no compra”. Las movilizaciones se extendieron en varias provincias, nutriéndose de un nuevo clima favorable a la participación política en un contexto de declive de la dictadura militar. Durante aquellos meses las amas de casa se movilizaron en numerosas ocasiones a Plaza de Mayo y elevaron protestas en varios municipios de diversos lugares del país. El protagonismo alcanzado colocó a las amas de casa, organizadas como tales, en un lugar social desafiante para el orden establecido. Con su presencia no sólo impugnaban la política económica de la dictadura, sino a la dictadura misma, contribuyendo a construir los primeros momentos de una democracia en ciernes. En octubre de 1982 sería fundada la agrupación Amas de Casa del País vinculada al Partido Comunista Revolucionario (PCR), y las mujeres del Frente de Izquierda Popular (FIP) comenzaron a dar los primeros pasos para la conformación de un sindicato. El planteo de salario y jubilación no era nuevo, pero ingresaba ahora por la puerta grande, disputando espacio dentro de un movimiento obrero que se pensaba universalmente masculino. En 1983 quedó fundado entonces el Sindicato de Amas de Casa de la República Argentina (SACRA) que recién en 1993 conseguiría personería jurídica.
Durante el gobierno de Alfonsín y con un movimiento de mujeres y un feminismo en expansión, los debates en torno del trabajo no remunerado ganaron profundidad y carnadura. El reclamo por “salario para las amas de casa” fue contrapuesto al de “socialización de las tareas domésticas”. En el contexto del neoliberalismo y del crecimiento alarmante de las cifras de desocupación, los reclamos por salario serían muchas veces tomados como argumento para la universalización de planes sociales y la feminización de la pobreza.
En la actualidad las mujeres somos tantas cosas como nos es posible. Pese a esto, los índices de brecha salarial entre mujeres y varones indican que seguimos trabajando más porque el hogar aparenta seguir siendo nuestro territorio. Reconstruir esta historia es también una invitación a preguntarnos por qué la división sexual del trabajo sigue siendo el gran bastión del patriarcado que llevamos dentro. Historizar nos invita a pensar qué cambió, qué continúa y qué tenemos aún por ganar.
Material recomendado
COSSE, Isabella, “Claudia: la revista de la mujer moderna en la Argentina de los años setenta (1957-1973)”, Mora, vol. 17, núm. 1, 2011.
FEIJOO, María del Carmen y GOGNA, Mónica, “Las mujeres en la transición a la democracia”, en Los nuevos movimientos sociales. Mujeres. Rock nacional. Derechos Humanos. Obreros. Barrios. CEAL, Buenos Aires, 1989.
FISHER, Jo, “Gender and the State in Argentina: The Case of the Sindicato de Amas de Casa”, en DORE, Elizabeth y MOLYNEUX, Maxine (eds.), Hidden Histories of Gender and State in Latin America. Duke University Press, Durham, N.C. 2000.
PÉREZ, Inés, El hogar tecnificado. Familias, género y vida cotidiana 1940-1970, Biblos, Buenos Aires, 2012.
PITE, Rebekah, La mesa está servida. Doña Petrona C. de Gandulfo y la domesticidad en la Argentina del siglo XX, Edhasa, Buenos Aires, 2016.
Foto 1. Unión de Mujeres Argentinas, 1982. Fondo Crónica. Archivo Histórico de la Biblioteca Nacional
Foto 2. “La señora del Pan”. S/F. Fondo Crónica. Archivo Histórico de la Biblioteca Nacional
Foto 3: Amas de casa. Enero de 1980. Fondo Crónica. Archivo Histórico de la Biblioteca Nacional
Foto 4: Manifestación de Amas de Casa del País, 1983. Fondo Crónica. Archivo Histórico de la Biblioteca Nacional
Palabras clave
amas de casa- división sexual del trabajo- domesticidad – doble jornada –participación política