TEJEDORA DE SUEÑOS

Una tenue luz de sol se filtra por la persiana del taller. Adentro, una mano gira entre los hilos mientras la otra, desde abajo, cincha para que el nylon quede firme. El ojo mira, cercano, con la certeza de la experiencia para que la red quede perfectamente tensa.
Luego de esta maniobra, Adriana se estira, sale un rato a la vereda y vuelve con paso firme a terminar su trabajo. Ella lleva en alto el estandarte de ser la única mujer redera de Mar del Plata. Con eso, para la olla en la casa y se ilusiona con el futuro de sus hijos.
Cada mañana que llega al puerto prepara el mate en la cocina improvisada del pañol y entrecruza chistes con sus compañeros sobre a quién le tocaba llevar las facturas. Luego, con el sonido monótono de la radio de fondo, se agacha a tejer sueños de mar. Su mente se enreda en historias y recuerdos, hasta que el fin de la jornada despabila su travesía.
Lo que sus compañeros no saben es que todas las tardes, cuando se cierra la puerta del taller, Adriana camina hacia la costa, se sienta cerca de la escollera y ve salir los barcos a la pesca. Los mira un tiempo largo, hasta que casi desaparecen en el horizonte. Vuelve a caminar rumbo a su casa, pero en su cara se esboza entonces, tímidamente una sonrisa. Ella sabe que a pesar de que la vida no siempre se la hace fácil, se siente contenta, porque con cada barco que zarpa, un poco de ella acompaña al pescador al mar. Y esa muestra de cariño y responsabilidad la hace dormir tranquila, pero sobretodo, profundamente orgullosa.

Foto y texto: Juan Mathias