ARREGLANDO LA ESCUELA

Javier es hijo de un cordobés y una neuquina. Llegó a vivir a la provincia de Buenos Aires por capricho del azar. Hizo la primaria en Merlo, pero vivió en Villegas, luego de la partida de su viejo. Ahí él se tuvo que poner al hombro la familia ya que era el mayor de cuatro hermanos. Apenas pudo hacer unos años de la secundaria por haber enganchado trabajo en la curtiembre, que era la única fábrica del pueblo. Ni la suerte lo ayudó entonces a congeniar los tiempos. Así que, sin más remedio, en 2do año tuvo que abandonar. Dejar la escuela fue para él tan duro como lo había sido la muerte de su papá. No sólo porque la escuela le encantaba, sino porque se lo había prometido a su viejo: “Estudiá vos, que el saber no ocupa lugar y te llena las manos de herramientas”, le repetía el Alberto, su papá. 
Con el tiempo, Javier se enamoró y se fue a vivir cerca de la capital, donde dicen que los sueños son más fáciles porque están cerquita. Tuvo 3 hijos con Clara. Ambos trabajaban todo el día para poder llegar a fin de mes. Ella, como docente, y él, dedicándose de lleno a la albañilería. Con eso pudieron hacer una casita, aunque aún no la terminan, es un lugar donde pueden vivir los cinco.
Hace unos meses entró a trabajar en la cooperativa de un movimiento social  para hacer un polideportivo y remodelaciones a espacios públicos. Una mañana lo citaron en la escuela primaria 46. Ahí había que hacer arreglos y terminar dos aulas. Javier se emocionó cuando entró, ya que esa primaria era la escuela de sus hijos. Con sus manos, él iba a poder colaborar para que la escuelita de sus hijos – y de los de todo el barrio casi- estuviese mejor.
Comenzaron los arreglos y él, orgulloso, iba todos los días a su casa y les contaba a sus hijos los progresos.
El último día del trabajo de remodelación escolar fue el mejor. Salió con una sonrisa que le explotaba en la cara, y mientras caminaba, estrujaba entre sus manos un papel que le había dado la directora de la escuela hacía un instante. Ahí funcionaba a la noche una escuela nocturna, donde Javier se acababa de anotar y donde como un premio del destino, iba a cumplir su sueño de poder terminar el secundario.
Camino a su casa, frenó un momento, miró para arriba y le tiró un beso al cielo, deseando que, con la fuerza de su alegría, su viejo estuviera tan feliz como lo estaba él.

Foto y texto: Juan Mathias