Infancia y protesta a comienzos del siglo XX

La resistencia de los huérfanos. El motín de los niños y jóvenes del asilo porteño a fines de 1902

Por María Marta Aversa*

El 17 de diciembre de 1902 un grupo de niños y jóvenes se amotinó en el Asilo de Huérfanos de la Ciudad de Buenos Aires. La historia de esta protesta colectiva nos deja ver las relaciones entre infancia, trabajo y vida cotidiana en las situaciones asilares. También nos muestra cuáles fueron las demandas y acciones de estas infancias.

El Asilo de Huérfanos de la Sociedad de Beneficencia del barrio porteño de Balvanera fue escenario de un motín que llamó la atención de toda la ciudad durante la noche del 17 de diciembre de 1902. A las 21 horas, los niños y jóvenes que allí vivían estallaron en gritos y se apoderaron del lugar, realizando destrozos y exclamando sus pedidos y necesidades.
Estos niños y jóvenes, llamados “menores”, eran parte del mundo del trabajo urbano infantil, amplio y diverso. Algunos trabajaban en relación de dependencia en fábricas, talleres y comercios entrando en contacto con patrones, dueños y capataces. Otros, lo hacían bajo arreglos informales y personales que terminaban por ubicar a estos pequeños trabajadores en casas de familias o en dependencias estatales. Este mundo del trabajo urbano infantil presentaba en todas sus formas límites borrosos entre los deberes y derechos de estos pequeños trabajadores, entre los que se encontraba asistir a la escuela o cobrar un salario o jornal.

Las rutinas diarias de estos niños y jóvenes en el Asilo nos muestran un complejo proceso de formación laboral y de colocaciones en diferentes lugares de trabajo. Esta función productiva de los “menores” era promocionada y sostenida por las autoridades de la institución a través de acuerdos y firmas de actas de colocación laboral con vecinos particulares y con los patrones. Las familias pobres recurrían a los directivos del Asilo y a otras instituciones -como las defensorías de menores- para solicitar el ingreso de sus hijos a estos espacios. Se tenía la esperanza de que recibieran un entrenamiento en oficios y una futura ubicación en el mercado de trabajo porteño.

Así, el trabajo infantil tutelado por estas instituciones se convirtió en un práctica extendida entre los miembros de la sociedad porteña. Las autoridades propiciaban los destinos laborales de los niños desde muy temprana edad, a los 8 o 9 años de éstos. Los padres solicitaban la ubicación de sus hijos en algún oficio “decente”. Finalmente, los vecinos de la ciudad acudían a las oficinas de los asilos en busca de sirvientes, aprendices, ayudantes o criados.

Durante los primeros años del siglo XX, algunos funcionarios del Estado -como los defensores de menores- comenzaron a exigir la implementación de un pago por aquellas tareas y labores realizadas por los niños dentro y fuera de los asilos. Esa remuneración se llamaba peculio. Un porcentaje de esta suma se abonaba en el momento de la contratación para cubrir las necesidades mínimas. El resto se depositaba en una cuenta en el Banco de la Nación. Cuando los niños y jóvenes cumplían la mayoría de edad y lograban la emancipación legal de la tutela, podían hacerse de ese dinero.

En este contexto, el ingreso a un establecimiento asilar implicaba el acceso a una formación educativa básica (lengua, historia y aritmética) y una rutina diaria de aprendizaje y producción en numerosos talleres, tales como el de herrería, zapatería o costura por ejemplo, en los que se elaboraban productos para el uso interno y para la comercialización en el barrio. Fundamentalmente, los asilos mantenían un circuito permanente de niños, niñas y jóvenes trabajadores por diferentes puestos y ocupaciones laborales de la ciudad.

En esta experiencia, ¿Cómo explicar el motín? ¿Qué intereses se pusieron en juego en ese fugaz estallido? En la noche del 17 de diciembre, un grupo de jóvenes provocó un apagón, y “haciendo sonar el clarín” lanzó el llamado “al ataque”. En ese instante, “un barullo infernal” invadió el lugar: ruidos de armas, vidrios que se rompían, bancos y otros objetos que chocaban contra puertas y ventanas. Frente al avance de los “revoltosos” por las piezas del rector y de los celadores, otros empleados alertados por los destrozos y los gritos, dieron aviso a la policía. Cuando llegaron las fuerzas de seguridad, se encontraron con la resistencia de los muchachos y niños que no deponían su actitud contestataria. Algunos otros habían emprendido la fuga hacia la calle.
Este episodio tuvo una gran repercusión en los medios gráficos de la ciudad. Al día siguiente, los reporteros de los principales diarios como La Prensa, La Tribuna y El Diario, se agolparon en las puertas del Asilo pidiendo ser recibidos por las autoridades para recorrer las instalaciones y obtener las declaraciones de los protagonistas.
Según la crónica de una empleada, el informe del director y las inspectoras del Asilo, el motín fue responsabilidad del antiguo rector, el Presbítero Pedernera, y sus “muchachos aliados”. Aparentemente, la acción violenta estalló ante los rumores de una posible reestructuración de la organización interna del Asilo, que implicaba la destitución del rector, la eliminación de algunos talleres y la expulsión de los internos mayores de 18 años.

Algunos periodistas lograron conversar a solas con los internos detenidos. Los jóvenes amotinados confesaron los motivos de la protesta y su malestar, provocado por las noticias del egreso repentino. En sus palabras, afirmaron: “Estamos dispuestos a no abandonar esta casa hasta tanto encontremos un empleo que nos permita vivir, porque hay que tener en cuenta que de aquí se nos larga con las manos vacías, sin medios”.

Para ellos, el hecho de tener 18 años y ser obligados a dejar la institución no suponía el final de sus experiencias laborales y educativas. Por eso, no dudaron en rebelarse y reclamar a la Sociedad de Beneficencia encargada del asilo que “se les avise con tiempo, un mes antes, por ejemplo, para que cada uno pueda buscarse una colocación cualquiera”.

Una investigación interna ordenada por el nuevo rector el 22 de diciembre dio a conocer el listado de los más de 40 “huérfanos” que se habían amotinado. Para los mayores de 18 años se daba por terminada la tutela y el asilo, pero se mantenían las relaciones laborales en los talleres de productos y servicios. Otros nueve niños “por su conducta incorregible” fueron puestos a disposición del Juez de menores, y algunos pocos fueron colocados en el Regimiento de Infantería como aprendices de músicos en la Banda del Batallón. Uno de ellos fue ubicado con el comerciante Francisco Partieri.

Una de las principales consecuencias del motín fue la reestructuración de los talleres y la redacción de un nuevo reglamento interno. A las medidas tomadas se sumó, además, la supresión de las salidas de trabajo, de las visitas familiares y de los arreglos laborales entre los internos y los vecinos, al menos por un tiempo.

A pesar de las sanciones, gran parte de los jóvenes acusados lograron mantener su vínculo laboral en los talleres internos o en las posibilidades de colocación que se abrían en la ciudad.

El “grito de los huérfanos” que traspasó los muros del asilo, puso en evidencia las exigencias de estos pibes pobres, quienes reconocían en esa relación tutelar una posibilidad concreta de forjarse un oficio y de obtener las herramientas y contactos necesarios para su inserción en el mundo del trabajo.

Estas experiencias dan cuenta del rol productivo de los niños, niñas y jóvenes en estas instituciones y en el mercado de trabajo. También revelan las prácticas de subsistencia de las familias pobres, que forzaban al trabajo a todos sus integrantes. Final y fundamentalmente, evidencian la capacidad de organización y de resistencia histórica que tuvieron estos “muchachos” para expresar sus intereses, aun en un contexto de encierro.

Bibliografía consultada

Allemandi, Cecilia, Sirvientes, criados y nodrizas. Una historia del servicio doméstico en la ciudad de Buenos Aires (fines del siglo XIX y principios del XX), Teseo-Universidad de San Andrés, Buenos Aires, 2017.
Aversa, María Marta, “El motín del Asilo de Huérfanos. Reflexiones en torno a los sentidos y usos del trabajo. Ciudad de Buenos Aires, 1902”,  Revista Latinoamericana de Trabajo y Trabajadores, no 1, nov. 2020-abr. 2021.
Aversa, María Marta, Un mundo de gente menuda. El trabajo infantil tutelado, ciudad de Buenos Aires, 1870-1920, Tesis de Doctorado, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, 2015.

Foto 1: Reglamento del trabajo de los internos en los talleres del Asilo redactado en el año 1903,  luego del motín. Correspondencia 1901-1909, Fondo documental de la Sociedad de Beneficencia, folio 266, sala VII. AGN.
Foto 2: Actas de colocación de menores en el Asilo de Huérfanos. Octubre de 1910. Asilo de Huerfanos 1901-1909, legajo 93, Fondo documental de la Sociedad de Beneficencia, folio 2021, sala VII. AGN.
Foto 3: Actas de colocación de menores en la Casa de Expósitos en enero de 1889,  Casa de Expósitos 1877-1904, legajo 21, Fondo documental de la Sociedad de Beneficencia, folio 68, sala VII. AGN.

Palabras clave: Infancias – Juventudes – Asilos – Pobreza – Trabajo

*MARÍA MARTA AVERSA
es Doctora en Historia (FFYL-UBA). Se desempeña como docente e investigadora en la Facultad de Filosofía y Letras y en la Facultad de Ciencias Sociales (UBA). Ha publicado varios artículos sobre la infancia pobre y trabajadora en revistas académicas nacionales y latinoamericanas. Actualmente su investigación se orienta a una historia social del trabajo en el ámbito barrial y comunitario.

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Voz: Julia ArgÜello
Edición: Nicolás Cesare
Artística: Julio Cesar Lucero